
La necesidad de un diálogo –y ulterior entendimiento– entre religiones y convicciones es una aspiración de larga data en la historia humana. Pudiera afirmarse que surgió desde el inicio mismo de su historia, impulsada por la supervivencia personal y colectiva. Después de avatares diversos y dramáticos –sin ánimo de minimizar cada etapa y contexto–, se llegó al I Parlamento de las Religiones del Mundo, celebrado en Chicago en 1893, donde se modernizó y se gestó un movimiento que llega hasta hoy. Sin embargo, sigue siendo una realidad algo difusa y repleta de desafíos.
De ello se habló recientemente en nuestro CCRD-C, en el Mano a mano sobre desafíos del diálogo interreligioso. Las facilitadoras fueron Donna S. Mote, rectora de la Iglesia Episcopal San Pablo en Cayo Hueso, Estados Unidos y Daylíns Rufín Pardo, pastora de la FIBAC y profesora del Seminario Evangélico de Teología, y del Instituto de Ciencias de la Religión. Partieron del supuesto de que el diálogo auténtico no admite el sincretismo, que intenta resolver las oposiciones y contradicciones entre las creencias mediante alguna reducción de su contenido; tampoco de un eclecticismo, que elige diversos elementos para combinarlos en una amalgama informe e incoherente.
Su componente más importante es que se geste una discusión de doble sentido, basada en el respeto y la comprensión. Este, recordaba Daylíns, parece sencillo de entender e incluso de aceptar, pero es fácil de olvidar. El primer desafío se trata, entonces, de que las personas busquen sinceramente y sin prejuicios la mejor solución a un problema controvertido.
Los testimonios de la norteamericana fueron el punto de partida para expresar cómo, en este mundo plural, todavía prevalece la intolerancia, al tiempo que se desestiman o se echan a menos los beneficios que se pueden generar si se llega a un entendimiento: aumento del conocimiento mutuo que derivaría en calidez, empatía y respeto; escenario magnífico de colaboración que sume energías en favor de la paz; educación en la diversidad, con la consecuente creación de herramientas y métodos para instaurar de una buena vez la tolerancia y el respeto al otro. A sus vivencias se sumaron las de los participantes, con lo cual se generó un saber compartido y el deseo de nuevas oportunidades para encuentros como este.