Si hay algún pobre entre tus compatriotas en alguna de las ciudades del país que el Señor tu Dios te da, no seas inhumano ni le niegues tu ayuda a tu compatriota necesitado; al contrario, sé generoso con él y préstale lo que necesite. No des lugar en tu mente a este malvado pensamiento: «Ya está cerca el año séptimo, el año en que se perdonan las deudas», y entonces pongas mala cara a tu compatriota que se halla en la pobreza, y no le prestes nada; porque él clamará contra ti al Señor, y tal acción se te contará como pecado. Debes ayudarlo siempre y sin que te pese, porque por esta acción el Señor tu Dios te bendecirá en todo lo que hagas y emprendas. Nunca dejará de haber necesitados en la tierra, y por eso yo te mando que seas generoso con aquellos compatriotas tuyos que sufran pobreza y miseria en tu país.

Dt. 15:7-11

Pues a los pobres siempre los tendrán entre ustedes,

pero a mí no siempre me van a tener.

Mt. 26:11 (Mc. 14:7; Jn. 12:8)

En honor al recuerdo o la memoria de quienes, vivos o ya fallecidos, compartieron con nuestra familia, con una generosidad nacida desde su pobreza: Loyda me entregó su modesto radio portátil cuando estos escaseaban, diciendo: «Lléveselo, yo sé que en la situación por la que usted atraviesa lo necesita más que yo». No sé verdaderamente si ella supo, algún día, el consuelo enorme que me producía la música que escuchaba, en aquel radio, en noches de angustia y desesperanza. Laguna y otro campesino, en momentos en que recorríamos los campos, dijeron, casi sin conocerme: «Mientras haya plátanos en nuestra finca, puede usted contar con ellos. Cuando crea que no hay, entre y busque, que tal vez encuentre algo». Y así otros y otros…

Puede parecer un poco inexplicable el hecho de que nuestro Señor Jesucristo confirmara palabras del Antiguo Testamento o el Antiguo Pacto, que reconocían la necesidad del amor y la solidaridad humana, cuando las condiciones de vida y subsistencia eran tan precarias, en razón de los inconvenientes naturales, las guerras y la codicia. Lo que se daba como mandamiento a un pueblo que estaba surgiendo miles de años atrás, luego se reiteró hasta el presente, con tantas experiencias recogidas y un adelanto científico y técnico impresionante.

En Mateo 26:11, Marcos 14:7 y Juan 12:8, dice Jesucristo que «a los pobres siempre los tendrán entre ustedes». Siempre, ¿siempre? Esto lo podía decir solo quien conociera lo más recóndito y profundo de la condición humana; así como también la repetida conducta de quienes, a través del tiempo, han ejercido la responsabilidad de gobernar a las comunidades humanas: «Nombren jueces y oficiales para todas las ciudades que el Señor su Dios le va a dar a cada tribu, para que juzguen al pueblo con verdadera justicia. No perviertan la justicia; no hagan ninguna diferencia entre unas personas y otras, ni se dejen sobornar, pues el soborno ciega los ojos de los sabios y pervierte las palabras de las personas justas. La justicia, y solo la justicia, es lo que ustedes deben seguir, para que vivan y posean el país que el Señor su Dios les da» (Dt. 16:18-20).

El índice de pobreza humana, o índice de pobreza multidimensional, se ocupa de los siguientes aspectos: educación, asistencia a la salud y la calidad de vida o bienestar social. El Banco Mundial califica dentro de la pobreza extrema a quienes tiene que vivir con menos de un dólar –norteamericano– al día, y dentro de la pobreza moderada a quienes viven con menos de dos dólares al día. Se ha estimado que tres mil millones de personas viven con menos de dos dólares diarios.

A esto se debe agregar que, por causa de la pobreza, mueren 18 millones de personas cada año y 50 mil cada día. Cada año, cerca de 11 millones de niños forman parte de las cifras anteriores. La diferencia entre los más pobres y los más ricos es enorme.

La pobreza se traduce en sufrimientos de todo tipo. En medio de esta situación se encuentran los gobiernos, los sistemas de justicia de cada nación, y quienes acumulan propiedades y riquezas sin ética ni medida.

 

Rev. Raimundo García Franco

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